Los rohingya son musulmanes que llevan décadas marginados y perseguidos en Myanmar, país de mayoría budista, que no les reconoce como una de sus 135 etnias oficiales pese a vivir desde hace siglos en el estado occidental de Rakhine (anteriormente conocido como Arakan), limítrofe con Bangladesh (país donde el 90% de la población es musulmana).
Myanmar les negó la ciudadanía en 1982 escudándose en que son inmigrantes ilegales bangladesíes; condenándoles al ostracismo, a la privación de derechos básicos como la educación o el empleo.
La ONU ha alertado sobre lo que considera podría ser «una limpieza étnica». Estima que alrededor de 1.000 personas han perdido la vida y que 400.000 han cruzado a Bangladesh desde Agosto de 2017, fecha de inicio de la nueva revuelta, en un éxodo sin precedentes. Otros 300.000, ya vivían en los dos campos de refugiados oficiales, Katupalong y Balu Khali, debido a las permanentes tensiones en Rakhine desde hace años.
Human Rights Watch (HRW), ha detectado a través de imágenes por satélite 62 aldeas calcinadas en el norte Rajine, afirma que «son incendiadas de forma deliberada por el Ejército birmano».
La población rohingya de Rakhine, estimada en alrededor de un millón antes de otro brote de violencia de menor intensidad a finales de 2016, está quedando diezmada.