» En verano de 2010, nos quedamos estancados en el lodo de la sabana durante un día entero. Cinco coches atrancados esperando a que alguien nos viniera a rescatar. Durante la espera, no parábamos de andar de aquí para allá buscando soluciones en medio de aquel entorno caluroso pero bañado por una capa de lodo que dificultaba cualquier tarea emprendida. Como andar sobre esa espesa masa lodosa se hacía imposible porque se me hundían las piernas hasta las rodillas, pronto decidí descalzarme y andar cual Nyangatom del Valle del Omo, despojada de esas chanclas que no hacían más que entorpecer a cada paso. El suelo estaba muy blandito y fresquito así que incluso era reconfortante.
Salimos de allí y proseguimos nuestra ruta lo más normalmente que se puede esperar de un viaje de aventuras. Tras cinco días yo ya no podía apoyar un pie en el suelo. Mi pie derecho tenía la planta totalmente infectada debido a diminutos pinchos de acacia que durante aquel día en el lodo se me habían ido incrustando poco a poco en el pie sin yo percibir ni el más mínimo dolor. Pero llegó un punto en que el dolor era ya superior a las ganas de continuar haciendo trekkings y pateando los caminos de Etiopía así que, una vez en Jimma, la primera ciudad con algo de infraestructura, decidí ir al hospital a que me abrieran y curaran la planta del pie.[…] » Seguir leyendo